Cuando hablamos sobre el ser humano, es inevitable hacer referencia a la antropología filosófica, un campo de estudio que nos permite comprender qué es eso que llamamos ser humano. El método fenomenológico nos permite describirlo y conocerlo a través de la experiencia.
Pero antes de eso, tenemos que enfrentarnos a lo que nos impide acercarnos a lo humano; lo que creemos desde la ilustración, basados en la idea cartesiana del cogito ergo sum: que permite a través de las matemáticas tener certezas; desde el principio del modernismo, el ser humano se convirtió en el que puede tener certezas de qué es verdad y que no, a través de la posibilidad de usar las matemáticas, como el animal racional. La razón le permite estar por encima de las demás especies.
El problema cae en que esas certezas, en vez de acercarnos nos alejan de lo humano; tratemos de explicarlo desde lo que nos dice la ciencia sobre las experiencias humanas, por ejemplo: cuando hablamos de los colores, la ciencia los define como ondas de luz, pero cuando estamos frente a un campo verde no se parece en nada a eso que nos dice la ciencia; es posible medir las ondas del campo verde, y concluyamos que todos experimentamos esas mismas ondas, pero esas ondas verdes son las que activan dentro de nosotros algo, que nos hace tener experiencias muy diferentes, que serán difíciles de explicar a otra persona, porque esa experiencia es propia de cada uno, podemos ver como la ciencia moderna genera un abismo entre la teoría y la experiencia. Desde el modelo cartesiano nos igualamos, pero desde el método fenomenológico nos diferenciamos.
De esta manera podemos comprender que cada persona tiene una experiencia propia de su relación con el mundo, porque a diferencia de otros seres vivos (hasta donde sabemos), no hacemos parte del medio ambiente, porque al poder dialogar con nosotros mismos, nos hemos distanciado de este y somos más bien habitantes de un mundo. Otra de las diferencias es que al poder dialogar con nosotros mismos nos alejamos de nosotros mismos y de lo que podría ser nuestra naturaleza, porque podemos oponernos a ella.
Esta posibilidad de oposición, hace que no exista en nosotros una naturaleza humana, sino que tengamos una condición humana con la que podemos dialogar; de esta manera somos seres abiertos al mundo y las posibilidades, si tuviéramos una naturaleza humana, seríamos cerrados a las posibilidades y seríamos seres finalizados, ya hechos, es decir perfectos, que no permite cambios.
Nuestra condición humana nos hace ser en constante cambio, enfrentados a paradojas, porque si algo caracteriza a la condición humana es no poder vivir desde la lógica de la razón, porque no somos un problema a resolver, sino un misterio a experimentar.
Escrito por: Dr. Juan Pablo Díaz del Castillo B. Ph.D.